viernes, 6 de mayo de 2011

Morir o Matar. Cuestiones de fe.


Juramos morir o matar sobre aquel libro en nombre de la santa fe.

 El destino cínico sometió nuestras espadas en el cinto, procrastinadas. Nos mantuvo en duermevela en la penumbra sinuosa de los meses, y develó las horas como gotas de monótona atonía fracturada por el trasiego de las sombras. El aislamiento cinceló la forma exacta de cada palabra y cada visión; única con respecto a lo que conocíamos. Con aquella patina muñimos las aristas de las incompresiones.  Hacinados entre los muros de aquella fortaleza aunamos fuerzas  y armas para combatir el mismo enemigo. Sin ánimo de sectarismos agrupamos a los hombres por estratos para coordinar sus trabajos, a las mujeres por funciones, y a los niños …, en realidad mi boca se queda sin saliva cuando digo niños. Ellos, -por los que tanto luchamos- nos miraron como seres deleznables, con una mezcla de asco y dolor antes de intentar su huida por los pasadizos del castillo. En esta ocasión no dejamos a merced del preboste el destino de nuestra descendencia, ni al palafrenero la guía de nuestra ruta. Tuvimos que matarlos aún en medio de la controversia que aquello suscitó. Delatarían nuestra posición.
Y pasamos a cuchillo sus gargantas, las de nuestros hijos.Uno a uno, por separado, con la mirada aún tierna, colocamos sus cabezas con especial mimo en una pira y nos reunimos a solicitar perdón por sus afrentas. La capilla confundiose con los aromas del incienso, el pelo y la piel, una niebla espesa escaló sobre nuestras cabezas poseyendo la habitación.

“Un hombre que muda de parecer se pierde a si mismo el respeto. Un hombre que ceja en su destino de defender lo que las sagradas leyes le encomendaron de modo tan arduo no posee nada que legar a su descendencia” Apotegma  tallado en los “muros del séptimo castillo” según reza la misma piedra.

6 mayo 2011